-¿Has oído hablar del filósofo griego Epíceto?
-No. -Respondió la niña.
-Era un hombre gracioso, tenía una cierta alegría al vivir. Epíceto comparaba a la gente normal con los hilos blancos de una toga: indistinguibles. El quería ser el hilo púrpura de la toga, esa parte brillante que hace que todo lo demás parezca elegante y hermoso.
-¿Porque -se preguntaba Epíceto- me pedís que sea como el resto? Si lo hago como hasta ahora podré seguir siendo púrpura.
-A veces, ser purpura es duro.
-Era un hombre gracioso, tenía una cierta alegría al vivir. Epíceto comparaba a la gente normal con los hilos blancos de una toga: indistinguibles. El quería ser el hilo púrpura de la toga, esa parte brillante que hace que todo lo demás parezca elegante y hermoso.
-¿Porque -se preguntaba Epíceto- me pedís que sea como el resto? Si lo hago como hasta ahora podré seguir siendo púrpura.
-A veces, ser purpura es duro.
-Sí, pero merece la pena.
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